miércoles, 24 de febrero de 2016

Escritores que coquetearon con la música.

Los tristes tiempos modernos han tenido la no menos triste labor de recordarnos que la vida avanza rápido, que debemos "ser alguien" o "algo" en este corto trayecto -feroz y falaz equívoco: ¿se puede no ser alguien?-; que, en definitivas cuentas, "aprovechemos el día", y no perdamos el fin de dedicar nuestras fuerzas a encontrar esa única veta que alcanzaremos a explotar, la cual ha de transformarse en una profesión, labor o vocación, dejando en lo posible todo otro interés al margen. Es así que las biografías se nos introducen normalmente con un simple rótulo, que resume a toda la persona: médico, poeta, pintor, matemático... Todo, bajo el monopolio de una sola palabra.

Pero suceden excepciones, y algunos individuos demuestran un carácter tenaz cuando existe el estímulo de satisfacer otra de esas vetas o posibilidades, aún en contra de la convencional versión moderna de "ser alguien". Es así común que la música, en tanto expresión de gusto universal, use sus seductores dotes para hacerse irresistible a algunas sensibles personalidades que, contando ya con serias profesiones, tuvieron alguno que otro desliz por sus ámbitos.

A continuación, veremos algunos casos específicos de escritores que se dejaron llevar hacia el terreno de los sonidos, complementando su vocación con algo tan afín a la palabra como es la música.

Stendhal.
Henry Beyle, más conocido por su pseudónimo Stendhal (1783-1842), famoso por su novela Rojo y negro, fue un melómano confeso, asiduo asistente de los teatros de ópera y biógrafo de algunos músicos, como Mozart, Haydn y Rossini -del cual fue amigo y admirador-. Cuenta en una de sus fragmentarias autobiografías, Recuerdos de egotismo, su curiosidad temprana por la música y su intento de progresar en esa vía: 

A los diez años, mi padre, que tenía todos los prejuicios de la religión y la aristocracia, me impidió estudiar música. A los dieciséis, aprendí sucesivamente a tocar el violín, a cantar y a tocar el clarinete. Sólo en este último instrumento llegué a producir sonidos que me gustaron. Mi maestro, un buen y arrogante alemán, llamado Hermann, me hacía tocar cantilenas tiernas. Es posible que Hermann conociera a Mozart; esto ocurría en 1797, y Mozart acababa de morir.
Aunque con el tiempo Stendhal se desanimó respecto a su propio talento, no cejó en ser un enamorado ferviente de la música, al punto de que quería que su epitafio dijese: "Amó a Cimarrona, a Shakespeare, a Mozart, a Correggio."

Otro caso fue el del escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894), autor del célebre relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Stevenson solía tocar piano y flageolet (instrumento similar a la chirrimía y que data de fines del siglo XVI); compuso además unas 123 piezas para diversas agrupaciones instrumentales, y una decena de canciones con letra y música. Su obra, escrita en una admirable y equilibrada prosa, de un estilo "irónico y clásico" según Borges, tiene un cierto guiño musical que es manifestado por el mismo Stevenson en un ensayo titulado A Gossip on Romance, en el cual nos dice lo siguiente:
Robert Louis Stevenson, tocando flageolet.
Cada cosa debe ir en su lugar correspondiente, seguida del elemento adecuado; y... en una narración, todos los detalles deben corresponderse mutuamente como las notas de una música. Los hilos de una historia se unen de cuando en cuando formando un cuadro en el tejido; los personajes, frente a los demás o frente a la naturaleza, adoptan actitudes que fijan la historia como una ilustración.
Otro caso fue el de aquel premio Nobel francés, admirador de Stendhal y de Stevenson, que, además de prolífico escritor, fue gran aficionado a la música: André Gide (1869-1951), considerado el "contemporáneo capital" y uno de los más importantes intelectuales franceses a principios del siglo XX, fue un verdadero amante del piano durante toda su vida.

Fue el año 1886 cuando el joven Gide comenzó a introducirse en el piano con el profesor Marc de Lanux. Luego de cuatro años con el maestro, Gide quería proseguir, pero de Lanux se negó; creía que no tenía nada más que enseñarle. Aún con esta competencia reconocida por su profesor, Gide solía no alardear de su talento, y eran pocas las ocasiones en las cuales tocaba frente a otros. Es probable que esto último se haya debido a su propia imagen de inferioridad que le acosara en esos instantes (como también le acosaba en lo literario). Esto puede verse reflejado en una entrada de su Diario, datada en día 26 de julio de 1914, cuando interpretó al piano en casa de unos conocidos:

André Gide.
Me he puesto al piano para cambiar el curso de las ideas; he tocado algunas piezas o fragmentos de piezas de Albéniz, con partitura; luego, de memoria, la primera parte de la Sonata en si menor de Chopin, la primera Balada, el Scherzo en si menor, el primer Preludio y el Preludio en mi bemol mayor. Todo horriblemente mal, con la única excepción del primer Preludio. 

Por  último, un caso interesante fue el de James Joyce (1882-1941). Antes de revolucionar la historia de la literatura con su Ulises (1922), Joyce pasó una buena temporada lejos de su Irlanda natal para establecerse en la ciudad de Trieste, entre los años 1904 y 1922. Fue aquí donde el escritor quedó encandilado con la cantidad de actividad musical de la ciudad, y, en específico, con las representaciones de ópera, donde se acercó a la música de Donizetti, Massenet, Verdi, Wagner (fue testigo de la dirección del preludio de Los maestros cantores por parte de Gustav Mahler, el 4 de abril de 1907), e incluso a Richard Strauss y su polémica Salomé, en el año 1909.

Todo esta atmósfera generó en Joyce el deseo de estudiar canto, para lo cual quiso acceder a las clases de Francesco Ricardo Sinico (1869-1949), el más distinguido profesor de voz de Trieste, hacia el año 1905. Joyce no pudo perseverar en las clases debido a causas económicas; sin embargo, en 1908 volvió al intento de estudiar, inscribiéndose en el Conservatorio Musicale di Trieste bajo la tutela del profesor Romeo Bartoli. Según cuenta John McCourt en Los años de esplendor: James Joyce en Trieste, 1904-1920:
Al oír los ejercicios de canto de Joyce en una de las primeras lecciones, Bartoli notó, con placer, que su nuevo discípulo irlandés podía llegar con facilidad al Sí natural, tono continental. Así alentado, Joyce decidió aumentar de peso y pagó un depósito de 15 coronas por un piano para poder practicar en casa.
James Joyce.

Aún con dificultades económicas, y no exento de burlas de parte de su hermano Stanislaus ("naciente tenorino", le llamó maliciosamente), Joyce siguió con las clases hasta 1909. Con todo, la música siempre desempeñó un importante rol en la vida de Joyce, el cual cantaba "desde cantos gregorianos litúrgicos hasta arias para tenor de Verdi y Puccini", influencia que no deja de hacerse notar en su obra escrita. Es cosa de saber que uno de sus primeros libros de poesía se titula Música de cámara; o que una de las secciones del Ulises intenta incluso emular una fuga musical.

A propósito de James Joyce, el poema Golden Hair escrito por él y musicalizado por Syd Barrett, por acá.

http://www.bookdepository.com/Los-anos-de-esplendor--James-Joyce-en-Trieste-1904-1920-John-McCourt-Juan-Jose-Utrill/9788475065410?ref=grid-view/a-aid?robertolopez












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