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martes, 6 de octubre de 2015

Gustav Mahler y el diván del Dr. Freud.

Sigmund Freud
Es cierto que en lo referente al psicoanálisis y en especial a su fundador el doctor Sigmund Freud (1856-1939), hay más de una opinión divergente. Para algunos, Freud bien pudo haber sido un loco y fanático -como pensaba de él Jorge Luis Borges-; o un neurótico -según concluyó Carl Jung, su discípulo rebelde-; o, inclusive, un escritor de comedias -como aseveró Vladimir Nabovok, su mordaz archienemigo-. Pero, a pesar de sus detractores, Freud fue, sin discusión alguna, el pensador y escritor más influyente del siglo XX. Como una prueba sencilla, es cosa de revisar nuestro lenguaje cotidiano: hablamos de que nuestra vecina es una histérica, de que fulano de tal es un acomplejado, o de que tal o cual sueño que tuvimos emergió de las profundidades del  subconsciente, como para disculpar los pudores que resienten nuestra memoria. Es decir, el psicoanálisis se nos metió casi de contrabando, difundiendo buena parte de sus conceptos, patrimonio de unos pocos y serios iniciados, entre nosotros, simples -y reprimidos- ciudadanos.

Así, no pocos artistas e intelectuales, más dispuestos a la novedad que el acomodado rebaño de la burguesía, cayeron bajo el influjo del doctor vienés, especialmente en una época en que la sexualidad y los traumas infantiles parecían alejados de la esfera del habitante común, aplastadas bajo el rótulo de lo "inconveniente"-. Fue entonces cuando, a principios del siglo XX, un atormentado coetáneo de Freud, compositor y afamado director, decidió recostarse en el diván del de la consulta del doctor. Su nombre: Gustav Mahler (1866-1911).

Gustav Mahler
Mahler, judío nacido en Bohemia, tuvo una atormentada infancia, marcada por el carácter brutal de su padre y la temprana muerte de casi una decena de hermanos, víctimas de terribles enfermedades. No obstante la dureza de las experiencias infantiles, se abrió paso como músico de genio, contrajo matrimonio con Alma Schindler (una de las mujeres más hermosas de Viena, que casi le hizo perder la cabeza al pintor Gustav Klimt), y comenzó una carrera ascendente que lo llevó a convertirse en un director de fama internacional, recorriendo tanto Europa como América del Norte. Sin embargo, la fatalidad lo alcanzaría en 1907, cuando perdió a una de sus hijas a causa de la escarlatina. Años después, dada la acritud de su carácter y su formas despóticas, Alma estaba decidida a dejarlo y a irse con otro hombre, cansada de la vida que había tenido que sufrir a su lado. Mahler estaba deshecho.

Traumado por su infancia, enfermo del corazón y en medio de un desastre familiar, Mahler, casi como medida desesperada, decidió visitar a Freud, precisamente cuando este se encontraba en Leyden, Holanda, a fines del año 1910.

Lo que pasó en esas sesiones ha dado para muchas especulaciones e investigaciones varias. Sin embargo, uno de los testimonios que se tienen es una anécdota narrada por Freud a Marie Bonaparte en 1925, que recogió Ernest Jones en su biografía del doctor:

Siendo Mahler apenas un muchacho, hubo una pelea especialmente dolorosa entre ellos (los padres). La escena llegó a ser insoportable para el chico, que abandonó la casa corriendo. En ese momento, un organillo hacía sonar en la calle el famoso aire vienés Ach, du lieber Augustin. Mahler se dio de bruces con él y, en su opinión, la conjunción de la severa tragedia y la ligera diversión quedó, desde entonces, inextricablemente fijada en su mente, y un estado inevitablemente comportaba el otro.

Un tiempo más tarde, Mahler, producto en gran medida de su psicoanálisis, intentó rehacerse como persona: le instó a Alma volver a componer música, le dedicó su Octava Sinfonía y pensó incluso en la posibilidad de tener más hijos, cosa de reparar los errores del pasado. Pero ya en febrero de 1911, hallándose en Estados Unidos, comenzó con intensos malestares, que fueron agravándose con el paso de los días. Tuvo que volver a Europa, en un estado lamentable, entre barcos y trenes que parecían arruinarle lo poco de vida que aún tenía.

La medianoche del 19 de mayo, en medio de una tormenta, Gustav abandonó este mundo en un hospital de Viena. 

"Casi todos los escritores de verdadero y exquisito sentimiento, al pintar la desesperación y el desaliento total de la vida, han extraído los colores de su propio corazón, y dibujado un estado en el cual, más o menos, han estado ellos mismos", escribió Leopardi. ¿Habrá habido algún reflejo de esa "severa tragedia y ligera diversión" en la música de Mahler? ¿Habrá sabido ver Freud los verdaderos "colores de su corazón"?