Mostrando entradas con la etiqueta Virginia Woolf. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Virginia Woolf. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de marzo de 2016

Libros que saben a música (I): "Las Olas", de Virginia Woolf.

Primera edición de Las Olas.
Es difícil sobrevalorar la figura de Virginia Woolf (1882-1941) en el panorama de la literatura no sólo del siglo XX, sino de todos los tiempos. Es un hallazgo que resulta prodigioso a cualquier lector que se sumerja en la belleza de sus páginas, siendo hasta ahora pocas las mujeres escritoras que le resisten comparación -salvo quizás Emily Dickinson-. Puede que sus dos mayores logros sean las novelas Al faro (1927) Las olas (1931). Es esta última su obra más experimental, donde lleva a cabo un despliegue de recursos vanguardistas que, como veremos, parecieran guardar una sutil relación con la música.

Virginia Woolf.
A Virginia Woolf la música nunca le fue indiferente; es cosa de buscar entre sus cartas y en sus diarios íntimos para constatar el interés que le generaba. Además de un par de ensayos relativos al quehacer musical, algunas de sus obras literarias poseen vínculos claros con la música. Por ejemplo, en The Voyage Out (1915), la protagonista Rachel Vinrace es una pianista aficionada. También en algunos de sus relatos, como en A String Quartet o en A Simple Melody, lo musical asume un rol protagónico. Pero, a diferencia de las anteriormente mencionadas, en Las Olas este influjo musical subyace, al parecer, en la estructura misma de la novela.

Las Olas es una narración que discurre alrededor de la vida de seis personajes, los cuales se nos despliegan a través de monólogos interiores, cargados de profundas reflexiones y provistos de un rico lenguaje poético; bajo estos perfiles, el mar constituye una especie de trasfondo vital que se revela a distintas horas, desde el amanecer hasta la puesta de sol. Es, sin duda, una obra difícil de seguir, pero que contiene una exuberancia a nivel de lenguaje que puede equipararse con Hermann Broch, James Joyce o Marcel Proust.

Acá va el preambulo oceánico con el cual comienza la novela (la cursiva es de la propia Woolf, como en cada ocasión en que interviene el mar en la narración):

El sol aún no se había alzado. Sólo los leves pliegues, como los de un paño algo arrugado, permitían distinguir el mar del cielo. Poco a poco, a medida que el cielo clareaba, se iba formando una raya oscura en el horizonte, que dividía el cielo del mar, y en el paño gris aparecieron gruesas líneas que lo rayaban, avanzando una tras otra, bajo la superficie, cada cual siguiendo a la anterior, persiguiéndose una a otra, perpetuamente. (Traducción de Andrés Bosch).

Para ciertos agudos lectores, la estructura de la novela deja un regusto musical: las voces "contrapuntísticas" de los personajes, el crecendo final y los intermezzi oceánicos son pruebas bastante sospechosas de aquello -Ya Cyril Connolly, en "Cien libros clave del movimiento moderno" (1965), comparó este último recurso con la La Mer, de Claude Debussy-. El tema ha sido levemente sondeado, pero quien ha sugerido de mejor manera una relación entre Las Olas y la música, es Elicia Clements a través de un acabado estudio: "Transforming Musical Sounds into Words: Narrative Method and Virginia Woolf's The Waves" (2005).


En su ensayo, Clements nos sorprende al establecer interesantes analogías entre la novela de Woolf y el Cuarteto Op. 130 de Beethoven (1825), así como también con su Op. 133, conocido como Gran Fuga, que originalmente fue parte del mencionado cuarteto. Uno de sus puntos de partida es un dato que no deja de ser revelador: Beethoven fue el compositor predilecto de la escritora al momento de la composición de Las Olas. Así, uno de los testimonios sorprendentes de esto es una entrada de su diario (3:139) al momento de referirse a una temprana fase de la escritura de su novela:

Estoy haciendo una pequeña labor sobre eso dentro la tarde, mientras el gramófono está tocando las tardías sonatas de Beethoven. 

También, en otra entrada de su diario, observó que el monólogo final de Bernard, el personaje más relevante de la novela, lo hizo "mientras escuchaba un cuarteto de Beethoven" (3:339).

A esta personal afición hay que agregar dos informes previos a la composición de Las Olas. El primero nos llega de parte de parte de su esposo, Leonard Woolf, el cual era un gran aficionado a la audición de obras clásicas, especialmente de Mozart y Beethoven; no por nada se sabe que entre 1926 y 1929, Leonard escribió una serie de reseñas de grabaciones musicales para la Nation and Athenaeum. Lo segundo es que Virginia ya estaba bastante familiarizada con los cuartetos de Beethoven; en el año 1921, ella asistió fielmente a un festival en homenaje del compositor en el AEolian Hall, donde el London String Quartet interpretó los 17 cuartetos del repertorio beethoveniano.

Ludwig van Beethoven.
Clements, provista de recursos y erudición, nos da a entender de que los últimos cuartetos de Beethoven, específicamente el Op. 130, fueron un material del cual la escritora pudo extraer ideas y visiones para su novela. Bien se sabe de que Beethoven, hacia el final de su período creativo, manejó un lenguaje innovador y hasta vanguardista en su música, con un mayor énfasis en las tensiones, el uso del contrapunto -melodía contra melodía- e innovaciones en la estructura formal. Un ejemplo de esto último lo da el cuarteto ya mencionado, el cual, en vez de presentar los típicos cuatro movimientos, es extendido hasta seis; además, el último, como hemos mencionado, adquirió a posterior un carácter independiente como obra, convirtiéndose en la llamada Gran Fuga, Op. 133, siendo reemplazado después por un Allegro.

Tomando en cuenta lo anterior, para Clements no es de sorprender que Woolf, cuya sensibilidad buscaba romper los marcos convencionales de la novela, viera en las posibilidades de la música beethoveniana una veta interesante desde donde extraer configuraciones. Es así que, dentro de la serie de posibles analogías entre ambas, la más importante vendría siendo aquella que relaciona los seis movimientos del cuarteto con los seis personajes del texto. Esta supuesta relación no es sólo numérica, sino que incluso de carácter, donde cada movimiento corresponde a uno de los personajes. Esta idea incluso es aplicable a la Gran Fuga, cuya analogía con el monólogo final de Bernard -una suerte de crescendo milagrosamente bien realizado-, es una idea que calza con el carácter de ambas obras: secciones que buscan llevar sus propios recursos a un límite expresivo y distinto del resto del programa.

Las ideas de Elicia Clements podrían juzgarse como arbitrarias y excesivas, aún cuando las sostiene con bases solidas . Pero lo que sí podemos asegurar es el apasionado interés de Woolf no sólo por la música en sí, sino por su estrecha relación con lo literario. No es menor este asunto viniendo de una mujer con una cultura privilegiada y de una sensibilidad exquisita, que en el año 1899, cuando aún no había demostrado su excepcional talento, pudo escribir en una carta que la música, por sobre la literatura, parecía estar "más cerca de la verdad".

Para ponerse en los oídos de Woolf, pase por acá.